jueves, 10 de diciembre de 2020

No es un barrio cualquiera y, a la vez, en un barrio cualquiera

M Ángeles
Escribir en McD, sobre la vida, sobre la propia trayectoria vital, sobre la Navidad, sobre la infancia, siempre sobre y para la actualidad.

Porque cuando se come, se siente; se debe sentir. Igual que cuando se camina, se respira, se siente y se comparte, se ama. Es el conjunto del fluir de la Vida, del día a día. "A expensas" de "ganar el jornal", y es que vivir requiere trabajar. De lo contrario... ¿para qué? ¿por qué? ¿de qué? 

Se precisa de una economía para mover el mundo global. Una economía 'normal' y que no se haya establecido como normal, dentro de los parámetros de supuesta normalidad en nuestra sociedad (estamental, de consumo y laboral).

Asimismo, en un día normal, habitual, laborable cuanto más. Entre semana, fin de semana, es lo mismo, da igual. Cualquier día de la semana se trabaja y es trabajado en la, y por la sociedad actual (los 'findemés' ya no son fin de mes en sí, sino que todo el mes es fin, y al revés).

Ayer en el centro, barrio de Lavapiés, el más antiguo y criollo que poco tiene de este carácter ya que primó el lado turístico, y lo gentrificó sin ver más allá en él. Pasando por Atocha, el Reina Sofía y llegando a Sol el aspecto interno de la ciudad se deja entrever, si uno se asoma y abre a la misma, así.

Una ciudad circular, antigua que pretende mantener su originalidad y casco central de pueblo y villa que fue, resistiéndose a las llegadas inmensas y comerciantes, cuando no comerciales, sin fin. Así, en un rincón del céntrico Madrid por donde vienen y van, todos al encuentro y unísono de la felicidad.

Esta la hacen cada vez más temporal, transitaria y de 'usar y tirar'. Libros, prensa, revistas variadas a escoger. Para leer. Y entretener. Pasan los días de esta manera, con amena cordialidad; si no es con compañerismo, empatía y fraternidad, el respeto y demás valores la humanidad se iría, sin igual.

Mucho comercio. Seguimos. Quevedo, glorieta, las calles, siempre las calles, donde mejor y, en definitiva, se percibe la vida desde abajo. La ciudad, Madrid (en este caso, aunque similar a París, Lisboa, o cualquier otra referente gran ciudad, en lo que a niveles estándar se refiere de la población): edificios altos, por arriba, por abajo. Subiendo, bajando, avanzando.

Como diría tal vez el mismo y gran don Francisco de Quevedo, escondites escondiendo sacudiendo y sacando voy andando, caminando, y tropezando entre por debajo de las hojas huérfanas de la ciudad otoñal, libres y descolgadas de sus árboles respectivos, donde nacieron y a su fin llegaron.

La soledad, así, es individualidad; no es más. Tan solo pasar y estar, así, de esta forma reflexiva que la época indica, sobre lo que se siente, de verdad. Solitarismo acompañado de solidaridad, generosidad. Entre todos los que habitan el lugar.

Porque es compartiendo como se vive más, y siempre para bien. A favor. Una emigrante que deja su país de origen. Caminar por la ciudad es espirar la misma ciudad. Sobre sus zapatos: uno, dos, uno, dos...

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